Valga este post como memoria de las víctimas del atentado en
Francia. Valga este post en memoria de la libertad de expresión, de la pluralidad,
del respeto,… de tantos y tantos valores de los que hacemos memoria cuando una
atrocidad ocurre entre nosotros. Es cierto que atrocidades como estas ocurren a
diario y no tienen la repercusión mediática de un hecho como el ataque a
Charlie, pero también es cierto que por eso estamos intentando que la aldea
global sea cada vez mayor, que esta suma de valores nos dé un mundo en el que
merezca la pena luchar.
Nosotros desde la escuela pública, tenemos la obligación de
educar en el respeto. Desde nuestras aulas nos encontramos con un obligado
clima de tolerancia. Los niños entienden que este clima de respeto es necesario
para ser partícipes en una escuela plural. Los niños vienen al cole con cierto
bagaje cultural pero este no les hace extraño a los demás. Todos juegan juntos
y cada uno, desde su realidad, enriquece a los otros. No se necesita una realidad
que trate de imponerse a los demás, todas son aceptadas y válidas. Esto lo
achacamos a la inocencia de los niños, seguramente será porque en algún momento
de nuestra adolescencia decidimos ser alguien frente a los otros. Cambiamos la
palabra aceptar por menosprecio. Imponemos ideas con las que ni siquiera estamos
de acuerdo, tan solo lo creemos porque sino nuestra existencia sería un error.
No nos damos cuenta que si el hombre es un ser social estás ideas en vez de
revolucionarias, son involucionarías y cometemos el mismo error década tras década
bajo distintas banderas y distintos símbolos.
Deberíamos preservar la inocencia de los niños y poder llevarla hasta consolidar la inocencia en los
adultos. No es una quimera ni un falso sueño de Peter Pan. A veces los niños
nos dan lecciones de cómo solucionar nuestros problemas. Esto pasa por ser
tolerantes, por ver personas con las que se puede o no jugar, en lugar de ver
solo símbolos, razas, banderas, dinero. Pasa por pensar más en lo que nos une,
que en lo que nos divide. Pasa por
elegir dejar una bandera o un símbolo en el momento en el que trata de imponer
una realidad sobre los demás, porque a buen seguro que te convertirá en símbolo,
pero dejaras de ser humano.